Opinión

Borrar la historia

POR JULIO MARTINEZ POZO.- La gesta independentista que nos separó de Haití, no fue el producto de un solo movimiento, el de los trinitarios, como se reduce a explicar, sino de la coalición de agrupaciones con visiones distintas sobre el futuro dominicano, seriamente amenazado por un vecino mucho más fuerte.

Cada grupo tenía su conspiración y su próximo paso para la sostenibilidad del nuevo estado que se propiciaba, pero madrugó la planeación trinitaria, y a ella se endosaron todas las demás, sin renunciar a sus pareceres. Los proespañoles lo siguieron siendo, como los proingleses y los profranceses.

Para materializar su hazaña los trinitarios buscaron el concurso de los mellizos del Seibo, y cuando el que tenía don para el mando se puso en camino hacia Santo Domingo con millares de adeptos armados como pudieran, cobró fuerza de realidad la conspiración duartista.

¡Ahora sí que no hay vuelta atrás dijo uno y para comprometer más lanzó el primer trabucazo!

Aunque hoy nada cuenta con más amplia aprobación que el proyecto duartiano, en su época y en el contexto, era desoladoramente minoritario, por lo que paralelamente con las más de 30 batallas para sostener la independencia arrancaron las gestiones en busca de distintos protectorados.

Por el temor de Santana a un regreso de Buenaventura Báez, se impuso la anexión a España, que como lo destacó Balaguer, “fue el resultado de una opinión altamente difundida entre las clases conservadoras y entre las mayorías de los dominicanos pensantes de la época”.

Cada cierto tiempo surgen proponentes a los que les hace gracia solicitar que los restos del líder militar de la independencia dominicana sean expulsados del Panteón Nacional.

Ahora lo están planteando dos senadores, uno de los cuales está propiciando un museo a Trujillo en San Cristóbal, alegando que la historia no puede ser borrada, que es lo que quiere cuando plantea que por los errores de Santana, no reconozcamos sus aportes.

Detrás de la iniciativa no sólo  subyace el deseo de reivindicar a las víctimas de Santana, sino de desmontar una sopesada decisión histórica del presidente Joaquín Balaguer, que en el discurso en que dejó los restos del prócer en el monumento patrio enumeró todos sus defectos:  

“¿Cómo es posible, en una palabra, que esa especie de monstruo que, por un lado, nos redimió de la servidumbre, y, por el otro lado, nos ató de nuevo a la coz del vasallaje sea traído aquí a este Altar de la Patria para compartir (…) la gloria con los que jamás traicionaron sus ideales, con los que coronaron su carrera muriendo dignamente”.

“A pesar de toda esta repugnancia que nos inspiran tus crímenes, tus famosos crímenes de Estado tengo que confesarte hoy, Pedro Santana, que yo al igual que otros muchos dominicanos no puedo sustraerme a la atracción de tu grandeza histórica”,

 “Fuiste grande ante Haití, el mayor peligro que amenazaba en todas las épocas la existencia de la República, y esos laureles, aunque manchados de la anexión deben bastar por si solos para otorgarte el derecho de ocupar un sitial preeminente en el Olimpo de nuestros dioses”.

El Santana que tuvo ocasión de anexar al país volvió al gobierno traído por los que armaron la conspiración de 1957, porque sus intereses económicos en el Cibao quedaron perjudicados por una monetización que llevó a cabo Báez para que a los productores se tabaco se les pagara con dinero y no con vales. ¿Qué hacemos con ellos?

Redacción

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